Los políticos también sufren aracnofobia




Sábado por la mañana.

Vienes de una semana agotadora y lo único que quieres hacer es tirarte en el sofá a hacer películas para descansar de tu trabajo y felicitarte por lo bien que lo has hecho durante la semana. Tan bien que te puedes permitir este día de descanso. Tu intención en un futuro inmediato es entrar en un estado de unión físico, cósmico, filosófico, espiritual, místico o de cualquier otro tipo con ese cómodo sofá, en pijama, sin que nadie te moleste a ver un capítulo tras otro de tu serie favorita.

Ya traes el pijama puesto, te has levantado tarde y sabes que cuando te sientes no te va a mover de allí ni la revolución. Haces tus necesidades (para que éstas no te importunen luego), coges algo de comer, algo de beber, lo colocas todo y sonríes satisfecho. Solo te queda coger esa manta que abriga pero te deja estar fresco a la vez.

Cuando vas a cogerla, sucede lo impensable: UNA ARAÑA. Saltas hacia atrás, horrorizado, como si fuera radioactiva. Primero piensas en no perderle de vista, pero eres consciente de que tienes que buscar un arma para aplastarla. Inspiras hondo y le susurras bajo que no desaparezca, como si con eso fueras a domar a este pequeño octópodo surgido del Averno. Coges una chancla y cuando estás por matarla, ¡desapareció! Esa maldita araña se ha perdido de tu vista y tienes que vaciar todo tu armario para encontrarla.

Te detienes, chancla en mano y piensas: "Si la dejo estar, se irá."

Esa es la primera idea y te parece buena. El sofá te está llamando. La comodidad, las películas... Pero no puedes responder al reclamo.

"Si la dejo estar... No sé donde se meterá. Puede encontrar un hueco. Poner huevos. Luego tendré la casa infestada de arañas diminutas. ¿Y si me cae en la boca mientras estoy durmiendo? ¿Y si es venenosa y me pica? Tendría que ir al hospital. A lo mejor no me da tiempo y me muero..."

En pocas palabras, en unos minutos una araña que no supera el tamaño de la uña de tu pulgar se ha convertido en la araña radioactiva protagonista de una saga de películas y no te transforma en Spiderman porque sabes que eso es imposible.

Resultado: adiós descanso. Adiós cómodo sofá. Inicias una limpieza exhaustiva para asegurarte que esa y todas las posibles arañas que haya en tu casa desaparezcan.

Bien, pues esto mismo es lo que le pasa a los políticos con la clase obrera.

Ellos se toman mucho trabajo en llegar a su puesto. Algunos hasta estudian política antes de ser colocados en sus respectivos puestos. No nos engañemos, los primeros que llegan al poder han sido escogidos por el pueblo en unas elecciones democráticas (ellos no se olvidan de recalcarlo, nosotros no debemos olvidar nuestra parte de culpa). Los que vienen después, primos, amigos, el hijo del vecino que le conectó la TDT en su momento y le cayó bien y que ahora tiene un puesto de consejal... Todos esos son los que están gracias a los que se pusieron cómodamente en su sofá.

¿Y qué les pasa? Que les resulta terriblemente incómodo que esas "pequeñas arañas", llamadas "clase obrera", empiecen a quejarse. Todos sabemos que las arañas son fundamentales en el ecosistema. De la misma forma los políticos saben que los trabajadores son necesarios para que su vida de confort continúe siendo la que es. Eso no quiere decir que si aparece un trabajador quejándose y, gracias a los derechos de libre expresión y manifestación, haciendo saber su problema y situación, les agrade.

Primero intentan negar la existencia de un problema. La araña pasará. Luego caen en la cuenta de que hay que eliminar el problema. Lo vigilan por si pueden quitarlo de un solo golpe (¡a veces hasta con soluciones reales!). Quizá consiguieron "parchear" la situación y la gente se calma un poco, pero ellos son conscientes de que el problema irá a más, que la disconformidad no hará más que extenderse como los huevos hipotéticos que pone esa araña. Así que luego intentarán hacer una purga.

Ahora mismo, son conscientes de los "miles de huevos" que ha puesto la "araña obrera". Son miles de voces que están reclamando sus derechos y que ellos intentan erradicar, por miedo a lo que les pudiera suceder. Bien, la diferencia en la lucha entre "una araña contra una chancla" y "la clase obrera contra la casta política" está en que nosotros somos conscientes del problema y podemos tomar represalias, somos muchos más que una y podemos acabar con esa chancla. No tenemos que olvidar el poder que tenemos, como ellos quieren que hagamos.

Todos juntos somos las ocho patas de la araña.
Acabemos con la chancla.

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